“La sal
no son los individuos que la componen
sino la tribu solidaria.
Sin ella
cada partícula sería como un fragmento de nada,
disuelta en algún hoyo negro impensable”.
– José Emilio Pacheco
Un sindicato es la libre organización de hombres y mujeres trabajadoras para defender sus derechos y lograr salir mejor librados de la relación obrero-patronal o, lo que es lo mismo, de la contradicción capital-trabajo que se encuentra permanentemente en disputa. Pero contiene también -o por eso- la potencialidad de ser escuela donde trabajar en colectivo y relacionarnos con objetivos comunes, donde resignificar la democracia y el conflicto. En nuestro país, la lucha del sindicalismo auténtico (ese que no está subordinado a un partido, a los patrones o al Estado) ha sido una verdadera odisea.
El pasado 14 de diciembre de 2019 se cumplieron 105 años de la fundación del Sindicato Mexicano de Electricistas (SME), que es uno de esos ejemplos a cuenta gotas de sindicalismo independiente y, como bien se ha señalado durante esta década marcada por la resistencia, el mejor homenaje de los compañeros y compañeras a sus padres fundadores ha sido el de mantener, contra viento y marea (contra propios y extraños), la existencia de su organización. Porque no sólo estamos hablando de uno de los sindicatos más longevos de nuestro país, ubicado en una de las áreas estratégicas de la economía (y por lo tanto, más susceptible a los intentos de control estatal), sino de un caso excepcional de reivindicación, en los hechos, del carácter solidario, democrático y autónomo por el que lucha el conjunto de la clase obrera.
Y es que el SME lleva una marca de nacimiento. Surgido al calor del movimiento revolucionario de 1910-17, en los mismos días en que los ejércitos zapatista y villista tomaban la Ciudad de México, los electricistas son la expresión misma de cómo amplias capas de trabajadores del campo y la ciudad, en un contexto de radicalización social, se lanzaron no sólo a combatir para uno u otro bando, sino a la conquista de mejores condiciones de vida. Resulta imposible entonces no evocar en estas líneas a personajes como Luis R. Ochoa, Ernesto Velasco, Francisco Breña Alvirez o Manuel Paulín Ortiz, entre otros; o la negativa del sindicato de formar parte de los “batallones rojos” carrancistas que enfrentaban a obreros y campesinos, abriendo, desde sus primeros años, el camino de la independencia y autonomía respecto al gobierno; o la huelga del 16 y la del 36, siendo en la primera objeto de una brutal represión y plasmando su victoria en la segunda por medio de la firma del que hasta el decreto inconstitucional de 2009 se mantendría como uno de los más avanzados Contratos Colectivos de Trabajo en el país. La lucha de clases lejos está de ser lineal, mecánica, por lo que ninguna organización es ajena a las contradicciones y batallas internas; reconocer que en nuestra herencia existen las traiciones, los errores y la disputa de distintos proyectos nos permite sacar las lecciones pertinentes para los retos presentes y futuros. En ese sentido hay que entender que también en la historia del SME pueden encontrarse claroscuros, como fueron aquellos años de anquilosamiento burocrático de inicios de los 40 que culminaron gracias al movimiento de Verónica; o el espaldarazo que se dio durante la llamada “insurgencia obrera” de los años 70 a la Tendencia Democrática de los trabajadores de la CFE que buscaban crear un solo sindicato para combatir el charrismo del SUTERM; o la subordinación al salinismo por parte de dirigentes como Jorge Sánchez, posteriormente expulsado del sindicato. Pero es precisamente por aquellas y aquellos electricistas que en los distintos periodos combatieron por su organización, por su gremio y por su clase, que podemos hablar de la existencia de un SME profundo que ha salido avante de cada una de las circunstancias por las que ha tenido que atravesar hasta llegar al día de hoy como uno de los pilares en la defensa de la industria eléctrica, de las libertades democráticas y de los derechos laborales, todo desde la vereda de la más admirable solidaridad de clase, incluso en sus momentos más difíciles. Por eso el SME respaldó el movimiento estudiantil y popular de 1968, o la huelga universitaria de 1999-2000. Por eso sus trabajadores comprendieron su papel en la sociedad y actuaron en momentos de desastre como los temblores de 1985 y 2017. Por eso su sede sindical no sólo ha recibido a innumerable cantidad de personajes del arte, la cultura y la política nacional e internacional, mencionemos tan sólo la reciente visita de Evo Morales, sino que ha sido testigo de la preparación de múltiples jornadas de lucha, de la realización de foros, asambleas, congresos y encuentros de los más diversos movimientos sociales.
A 105 años de su fundación, las condiciones para las y los trabajadores mexicanos vuelven a ser increíblemente adversas. La desaparición de Luz y Fuerza del Centro por parte del narco-gobierno de Felipe Calderón, que significó el despido de los 44 mil electricistas y la incertidumbre para los 22 mil jubilados, abrió la puerta a la imposición de las reformas laboral y energética que han precarizado aún más la vida de millones de personas y entregado los recursos de nuestra nación para el lucro de las grandes trasnacionales, a costa también de millones de usuarios. Pero incluso en esta situación, enfrentando al Estado en todas sus dimensiones (medios de comunicación, cuerpos represivos, poder judicial, gobiernos en turno de tres partidos diferentes, etc.), los smeitas siguen demostrando que sólo la lucha construye caminos. Esta generación de compañeros y compañeras que decidieron resistir han vuelto a colocar a su sindicato al centro de la vida política del México de abajo y tienen la posibilidad de innovar por completo las formas de resistir y de luchar por medio del tridente sindicato-cooperativa-movimiento social. De ahí la importancia de comprender, hacia afuera, que el destino de los electricistas no es exclusivo del gremio, es el porvenir de todos los trabajadores y trabajadoras, y hacia dentro, que hablar de resistencia hoy no se limita a aguantar, sino a forjar lo nuevo: ¿Qué papel tienen entonces proyectos como el de la ANUEE, la Nueva Central de Trabajadores o la Organización Política del Pueblo y los Trabajadores? ¿Cómo consolidar una cooperativa fuertemente anclada en relaciones horizontales, de autogestión y colectividad? ¿Cómo contribuir a cambiar de raíz las condiciones que permitieron el golpe al SME? Son reflexiones urgentes. Lo que es un hecho es que ese puño izquierdo en alto, ese simbólico puño que tantas veces ha inundado las principales arterias de la capital del país, aún tiene mucha historia por escribir.