«Porque estamos construidos de una gran esperanza,
de un gran optimismo que nos lleva alcanzados
y andamos la victoria colgándonos del cuello,
sonando su cencerro cada vez más sonoro
y sabemos que nada puede pasar que nos detenga
porque somos semillas
y habitación de una sonrisa íntima
que explotará
ya pronto
en las caras
de todos.»
Gioconda Belli
En octubre de 2016, el Congreso Nacional Indígena (CNI) anunciaba su intención de presentar a una mujer indígena como aspirante independiente a la candidatura presidencial para el proceso electoral del 2018. Luego de llevarlo a consulta en sus comunidades y tras realizar una nueva asamblea, María de Jesús Patricio Martínez fue elegida para llevar la voz del ya formado Concejo Indígena de Gobierno (CIG), debido a que la modalidad de candidaturas independientes no permite más que registros individuales. Marichuy, indígena nahua originaria de Tuxpan, Jalisco, junto con el CIG, se encuentra desde mediados de octubre y hasta mediados de febrero en la recolección de casi el millón de firmas requeridas para aparecer en las boletas electorales.
La decisión que tomaron los pueblos de irrumpir en la coyuntura político-electoral busca responder a una situación insostenible para las comunidades, pero también para las inmensas capas de trabajadores y oprimidos de nuestra nación y, al mismo tiempo, a la urgente necesidad de formar un bloque de fuerzas populares y clasistas, articulando las resistencias que existen a lo largo y ancho del país, sumando a otros sectores inconformes y tejiendo una alianza que construya un proyecto «desde abajo», más allá del resultado de los comicios y ante la inminente aceleración del encarecimiento de la vida, el arrebato de derechos y la violencia.
Esta iniciativa, que en el fondo es un llamado a la organización, a la construcción de espacios de encuentro, de reflexión y de acción, adquirió el respaldo de una parte de la izquierda revolucionaria, así como de un amplio número de jóvenes que no se sienten representados por ningún partido del régimen y ven en la voz de quienes han resistido por más de 500 años un medio para dar forma a su descontento. Sin embargo, a prácticamente un mes de que concluya el plazo dado por las instituciones electorales, se ve difícil alcanzar la candidatura y, pensamos, esto requerirá balances colectivos que abran paso a nuevas perspectivas y a las siguientes etapas de lucha.
Lo primero que hay que decir es que efectivamente las firmas no son el centro de la propuesta. Sabemos que lo antidemocrático de nuestro sistema electoral impide, o por lo menos obstaculiza, que cualquiera pueda participar en él. El escenario electoral no es más que el teatro de los dueños del dinero para -intentar- legitimar su dominio, por lo que participar en ellas es situarnos en desventaja. Es también por eso que se ha sostenido que no es una campaña por votos ni para ganar, sino fundamentalmente para visibilizar una serie de problemáticas que son sistemáticamente ignoradas porque son consecuencia de la actual organización social: el arrebato de tierras, el desplazamiento forzado, el asesinato de luchadores ambientales, el despojo de territorios e identidades, la migración, el desempleo, la falta de espacios educativos, el desmantelamiento de lo público y la entrega de nuestros recursos a grandes trasnacionales, la cínica corrupción, los feminicidios y las desapariciones, la pobreza, el machismo, el neocolonialismo, etc. Y visibilizarlas puede tener dos sentidos: el más evidente es el de colocarlos en la agenda nacional, que se dé nombre a los agravios que tantos y tantas enfrentamos, generalmente, de manera aislada. El otro es el de reconocer que enfrentamos al mismo enemigo y que podemos y debemos luchar juntos.
Ahora bien, uno de los objetivos tácticos no se está alcanzando. Aparecer en las boletas electorales representaría un duro golpe para los poderosos al hacer público el alcance de una iniciativa de este tipo, y tendría que ser resultado de esa gran campaña de encuentro, diálogo y organización de «los de abajo”. En nuestra opinión y sin minimizar las trabas institucionales, esto refleja nuevamente las dificultades que muchas veces tenemos para traducir nuestros proyectos y lograr que el pueblo se identifique, los vea posibles, los abrace y haga propios. En la mayoría de los casos no basta, por ejemplo, llamar a la solidaridad con nuestros pueblos indígenas sin primero pasar por reconocernos a nosotros mismos como agraviados, explotados, despojados y excluidos. No basta apelar a la empatía -por mucho que queramos que así sea- para conformar una identidad colectiva que abra paso a nuevas formas de organización. Por supuesto esto expresa, al mismo tiempo, el tamaño del combate ideológico que hay que desarrollar para vencer la despolitización, la desesperanza, el miedo y la inercia de las preocupaciones cotidianas que no sólo nos mantienen alejados de las y los otros, sino que nos impiden ver el fin de la guerra, imaginar y construirnos una vida mejor.
Sabemos que existe un profundo malestar entre las y los trabajadores del campo y la ciudad, entre la juventud, las mujeres, los indígenas; que la inmensa mayoría no está satisfecha con las políticas que se nos imponen (no importa que en muchas ocasiones se nos “convenza” de sus bondades, pues el día a día nos echa en cara que no son esos nuestros intereses), y que la firma por una candidatura independiente, por más anticapitalista que sea, no será nunca suficiente para enfrentar la guerra. Pero precisamente por eso es que en lo inmediato debemos redoblar esfuerzos para exponer, explicar y obtener mayor apoyo por parte de la población en general. Y debemos todos apostar a convertirnos en organizadores de ese apoyo, movilizarlo, volcarlo a las calles y plazas de nuestras ciudades. Independientemente del número de firmas, llevemos el combate al terreno de la lucha de clases, a la construcción de poder popular en nuestros barrios, escuelas y centros de trabajo, sacando las lecciones de procesos como el que los propios zapatistas han mantenido a flote y que nos demuestran que es posible volvernos germen de relaciones sociales distintas, organizar la esperanza y la digna rabia, apostar por transformarlo todo antes de que acaben con nosotros(as).