SME: La defensa de la autonomía y la democracia sindical

SME: La defensa de la autonomía y la democracia sindical

Una de las banderas que discursivamente ha levantado el gobierno de la llamada “4T” ha sido la de la libertad y democracia sindical. En septiembre de 2018 el Senado ratificó el Convenio 98 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), y la nueva reforma laboral, aún con sus serias limitaciones y contradicciones al ser producto de la presión del Congreso estadounidense para acelerar la firma de un nuevo TLCAN, contiene aspectos con los que se nos dice estar avanzando en esa dirección. Sin embargo, llama la atención -o, no tanto- que igualmente desde instancias de gobierno han sido recurrentes los ataques y falsos señalamientos contra uno de los principales referentes del sindicalismo independiente en nuestro país; el Sindicato Mexicano de Electricistas (SME).

Tanto el presidente Andrés Manuel López Obrador como Manuel Bartlett, titular de CFE, han referido a un “antiguo” carácter democrático de los electricistas, así como a explicaciones, por decir lo menos, desinformadas respecto a la situación que guarda la resistencia, aludiendo incluso a un supuesto fin del sindicato y a su conversión en una empresa privada. Resulta necesario aclarar que cada uno de los logros del Mexicano de Electricistas, entiéndase la firma del contrato con la generadora Fénix, que mantiene la vigencia y existencia legal del sindicato, la conformación de la Cooperativa LF del Centro, que ha puesto a prueba la capacidad inventiva de los compañeros y compañeras y ha significado el complejo paso del esquema de relación obrero-patronal al de la autogestión cooperativista, o la creación de un Fondo de Previsión de los Trabajadores, herramienta económica para garantizar el acceso a un futuro y una vejez digna, han sido resultado de esa combatividad y férrea defensa de la dignidad, pero también de la intensa vida interna. Es decir que sin una constante discusión en las instancias del sindicato, sin el informe, la consulta y la toma de decisiones por parte de la mayoría de trabajadores y trabajadoras que se han mantenido hasta el final, sin una dirección que supiera leer en mayor o menor medida los estados de ánimo y el repertorio de acción colectiva con el que cuenta la organización, simplemente hubiera sido imposible llegar hasta este punto.

Cabe entonces preguntarnos si verdaderamente se trata de falta de información por parte de AMLO (¿en esos niveles de las esferas políticas?) o si lo que expresa es la animadversión hacia aquellas colectividades que, si bien pueden acompañar determinadas iniciativas, mantienen su independencia política, programática y organizativa, desplegando sus propias formas y ritmos de lucha. En este sentido, el caso del SME no es el único, sino que se ubica junto con los pueblos y comunidades que se oponen a los megaproyectos, a las organizaciones de la sociedad civil que denuncian la continuidad de un militarismo que sólo ha incrementado las cifras de homicidios, feminicidios y desapariciones forzadas, e incluso junto a un sector del magisterio democrático que no se conforma con la reforma de la reforma de EPN en materia educativa-laboral.

Es claro que una de las debilidades del nuevo gobierno, para quienes nos posicionamos del lado de las clases explotadas, es precisamente su difícil relación con los movimientos sociales y de trabajadores, queriéndolos acotar a los estrechos márgenes de la política institucional, buscando más una relación individualizada que colectiva y argumentando un beneficio nacional por encima del de particulares. Esto puede abrir grietas y espacios para el conflicto, no sólo por la negación de estas otredades que en los hechos se colocan a la izquierda de Morena y empujan transformaciones de mayor profundidad (que, por lo tanto, podrían ser punto de apoyo para ese sector más radicalizado de militantes y simpatizantes del partido en el poder), sino sobre todo porque sus políticas laborales y económicas se mantienen en la órbita del neoliberalismo, por lo que muchos de los problemas que enfrentamos seguirán ahí.

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En ese contexto, adquiere mayor relevancia lo que ocurre con el SME, pues expresa la necesidad de mantener la independencia frente a un gobierno que se declara popular y progresista, pero que comparte la peligrosa tendencia de gobiernos que en el sur del continente no apostaron por fortalecer (y respetar) esa autonomía de las organizaciones y movimientos sociales, lo que finalmente les ató de manos al momento de enfrentar la reacción de los grupos empresariales y pro-imperialistas más conservadores. Pero, además, porque los ataques no se han quedado ahí, en el mero discurso público, ya de por sí repudiable, sino que han envalentonado a grupos de exdirigentes y extrabajadores a redoblar la presión interna, así como a un sector que siendo parte de los 16,599 compañeros y compañeras que han resistido, se han pronunciado inconformes o abiertamente contrarios al rumbo de las negociaciones y de lo hasta ahora conseguido.

Tiempo de elecciones: Sólo la resistencia puede marcar el rumbo

Lo primero que hay que decir es que la existencia de opiniones diversas y hasta confrontadas jamás debe ser considerado como algo negativo. Y el que esto se manifieste con mayor fuerza cuando hay procesos electorales (en las instancias que sean) es perfectamente entendible, puesto que son momentos de gran agitación. El propio sindicato, con una historia de más de cien años, ha permitido en todo momento la existencia de grupos políticos internos y la presentación de diversas planillas, siempre y cuando se mantengan en cabal cumplimiento del marco estatutario y de las decisiones tomadas en la Asamblea General. Sin embargo, lo que está ocurriendo en este momento dentro del SME va más allá de una simple contienda electoral, tanto por los actores como por lo que está en juego.

Como se ha señalado líneas arriba, existen grupos de exdirigentes y extrabajadores, muchos de los cuales no pertenecen más al SME, que imaginan una suerte de respaldo por parte del gobierno para «recuperar» al sindicato. En la misma ruta aparecen quienes  habiendo violentado acuerdos de asamblea, claman que «¡para todos, todo!», abriendo camino a quienes luego del decreto inconstitucional de 2009, tomaron la decisión de liquidarse. Seamos claros, el Estado tiene una deuda con los 44 mil trabajadores y sus familias, pero no el SME. Los frutos de la resistencia son para la resistencia. Por otro lado, es cierto, la reinserción laboral sigue sin concluir, por lo que es por demás legítima la exigencia de trabajo para todas y todos y la desesperación que ha traído consigo, pero tampoco esto se trata de simple voluntad. El despojo del trabajo ocurrió en octubre de 2009 y se consolidó en enero de 2013. Desde entonces, por medio de la lucha política, volvieron a abrirse una serie de negociaciones que se encontraban ya en un contexto distinto; en el de la imposición de las reformas laboral y energética. Habrá quienes consideren que el sindicato no tendría que haber buscado acuerdos en dicho marco (el único existente, por ahora), sin embargo, el conflicto está atravesado por la lucha de clases y, así como para el Estado en su papel de representante de los intereses de los grandes capitales resultaba necesario desaparecer al sindicato para hacer pasar dichas reformas, la ruta para la solución al conflicto hay que entenderla como un aprovechamiento de resquicios para arrancarle espacios a esos que, a pesar de la resistencia smeita, tienen décadas apoderándose de los bienes de nuestra nación.

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Estas condiciones excepcionales en las que se encuentra el sindicato son las que colocan a la planilla oficial como continuidad del proceso de negociación -puesto a consideración de la base en cada ejercicio asambleario- y del desarrollo de los proyectos productivos por medio de los cuales se van recuperando, de manera paulatina y no sin tensiones, las fuentes de trabajo que les fueron arrebatadas. Por supuesto que no existe un pensamiento homogéneo dentro de la base, ni un mismo nivel de compromiso o de politización, como tampoco es que el apoyo a la dirección carezca de matices, dudas o contradicciones. Ninguna lucha es así. Sin embargo, la oposición que se presenta en estas elecciones como «democratizadora», sí recupera las formas de aquellos personeros que por medio del esquirolaje brindaron al gobierno de Felipe Calderón argumentos para intervenir la vida interna de la organización, buscando desconocer a la dirección del sindicato y dejando vía libre para el golpe. En voz de propios compañeros, aquel acto de desestabilización fue la primera ocasión en que un conflicto interno era llevado a instancias gubernamentales, tal y como han intentado hacer en esta nueva elección. La discusión entonces no es simplemente acerca de si se presentan a competir o no planillas contrarias a la oficial, sino qué intereses y proyectos están detrás, cómo entiende cada uno de ellos la relación entre el sindicato y el gobierno, qué camino se ofrece cuando, efectivamente, la solución del conflicto no ha llegado a su fin. En ese sentido, el llamado a cerrar filas por parte de las y los compañeros es un llamado a defender lo que ha sido construido por la resistencia, a continuar el debate, sí, acerca del rumbo por el que hay que andar, a corregir lo que sea necesario corregir, a identificar actitudes internas contrarias a los intereses de clase, pero partiendo de que sólo la resistencia tiene el derecho de llevar a cabo todo esto.

La lucha del Sindicato Mexicano de Electricistas es uno de los capítulos más complejos de la historia de la clase trabajadora no sólo en el país, sino en el mundo. En ella hemos visto de la manera más cruda el desprecio que los grandes capitales y sus gobiernos tienen hacia las y los obreros, pero también un gigantesco ejemplo de digna rebeldía que en las más difíciles condiciones viene construyendo sus propias victorias. Continuar en la defensa del derecho al trabajo, mantener la autonomía y la democracia interna, así como fortalecer las múltiples iniciativas tanto productivas como fundamentalmente de lucha política y popular que se tienen, es tarea de todos y cada uno de los compañeros y compañeras electricistas que en estos casi diez años han garantizado que el sindicato más longevo de nuestro país siga con vida.

¡Viva el Sindicato Mexicano de Electricistas!

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